Artículos de Alfonso vi
Tras la conquista de Toledo en 1085, Alfonso se proclamó victoriosissimo rege in Toleto, et in Hispania et Gallecia (rey más victorioso de Toledo, y de Hispania y Galicia)[5] Esta conquista, junto con la toma de Valencia por el Cid, ampliaría enormemente el territorio y la influencia del reino leonés/castellano, pero también provocó una invasión almorávide a la que Alfonso pasaría el resto de su reinado resistiendo. Los ejércitos leonés y castellano sufrieron derrotas en las batallas de Sagrajas (1086) y Uclés (1108), en esta última murió su único hijo y heredero, Sancho Alfónsez, y Valencia fue abandonada, pero Toledo siguió formando parte de un reino ampliado que pasó a su hija.
Hijo de Fernando I, rey de León y conde de Castilla, y de su esposa, la reina Sancha, Alfonso era un “infante leonés con sangre navarra y castellana”[6] Sus abuelos paternos fueron Sancho Garcés III, rey de Pamplona, y su esposa Muniadona de Castilla, y sus abuelos maternos fueron Alfonso V de León (del que probablemente recibió su nombre) y su primera esposa Elvira Menéndez[7].
El cid
A principios del siglo XI, el condado de Castilla se vio hasta cierto punto eclipsado por el poderoso Sancho III rey de Navarra, que había sucedido como rey en el año 999 y que ya controlaba el condado de Aragón además de
nombre de su marido el rey Sancho, que instaló a su segundo hijo Fernando como conde en su lugar. Tras extender su influencia al reino de León a través de otro juicioso matrimonio, el rey Sancho se convirtió en el centro de todo el poder político en
Castilla, sucediendo en 1035 como FERNANDO I “el Magno” Rey de Castilla. Con la ayuda de su hermano García V Rey de Navarra, derrotó y mató a su cuñado Vermudo III Rey de León[374],
Granada y Sevilla y sometiendo Jaén, Almería, Denia y Murcia. Sin inmutarse, Alfonso reconquistó Córdoba en 1091, y convenció a Al-Mutawakkil de Badajoz para que le cediera Lisboa, Santarem y Sintra entre el 30 de abril y el 8 de mayo de 1093, aunque la propia Badajoz fue capturada por los almorávides a principios de 1094. Mientras tanto, Rodrigo Díaz “el Cid” reconquistó Valencia, estableciéndose allí como una entidad autónoma.
Fernando 1
Nacido en Zamora, Sancho era el hijo mayor de Fernando el Grande y Sancha de León[1] y estaba casado con Alberta, de la que sólo se conoce su nombre por aparecer como esposa de Sancho en los fueros contemporáneos. El cronista Guillermo de Poitiers relató que la competencia por la mano de una hija de Guillermo I, rey de Inglaterra, dio lugar a luchas entre dos hijos de Fernando I, por lo que algunos historiadores han especulado que la esposa de Sancho, con su nombre no ibérico, podría haber sido la hija en cuestión[2][3][4] Sin embargo, dos cronistas normandos posteriores informan de que fue la prometida de Alfonso VI, y no la esposa de Sancho, Alberta, la hija de Guillermo[2][3].
Después de que Fernando el Grande derrotara y matara al hermano de su esposa en la batalla, Fernando fue coronado rey de León y Castilla y se llamó a sí mismo Imperator totius Hispaniae (“Emperador de toda España”). Cuando el reino se dividió tras la muerte de Fernando en 1065, Sancho sucedió a su padre como rey de Castilla, mientras que el hermano menor de Sancho, Alfonso, se convirtió en rey de León y su hermano menor, García, se convirtió en rey del restablecido Reino de Galicia (dividido de León). A cada uno de los hermanos se le asignó también una esfera de influencia entre los estados de taifa, siendo Sancho el designado para recibir las parias (pagos tributarios) de la taifa de Zaragoza. Fernando también concedió algunas posesiones a sus dos hijas, dando a Urraca el control de la ciudad de Zamora y a Elvira la ciudad de Toro, ambas enclavadas en el Reino de León de Alfonso.
Urraca
En cualquier caso, aunque muchos análisis sobre Alfonso tienden a separar artificialmente las características de “Acucioso” y “Rey” (a menudo acompañadas del tópico de que era un gigante de las primeras e inadecuado para el ejercicio de las segundas) hay que señalar que el propio Alfonso parece no haber considerado estas dos facetas tan fácilmente divisibles. Por el contrario, parece haber asumido sus compromisos intelectuales como una consecuencia directa de su condición regia; una opinión confirmada por las palabras de la Segunda Partida, tantas veces citadas, que afirman que “Acucioso debe seer el rey en aprender los saberes, ca por ellos entenderá las cosas de raíz e sabrá mejor obrar en ellas”.
Poco se sabe con certeza sobre su educación y formación intelectual. Se ha postulado un abanico de influencias directas en su formación, entre las que destacan el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, el dominico Pedro Gallego (posteriormente obispo de Murcia, ciudad que Alfonso conoció bien), los maestros de retórica Ponce de Provenza y Geoffrey de Everseley, el obispo Raimundo de Losana y el jurista italiano Jacobo de Junta. A estas posibles influencias hay que añadir también la importancia del contacto temprano con su colaborador judío Judá ben Moisés ha-Cohen (figura central en la composición posterior de obras de astrología y magia), y la educación que pudo recibir en la madrasa de Murcia dirigida por Ibn Abu Bakr al-Riquti, donde, según se ha sugerido, el joven Alfonso aprendió a utilizar el árabe.